pende su memoria,
como hebras que la brisa
esparce por árida tierra
que ya cuesta andarla.
El iris de sus ojos obnubilado
, distraído por la
cruenta verdad del tiempo,
apenas percibe
si él, está más cerca,
si está más lejos.
Pero a esas retinas
aún llegan las
imágenes del recuerdo
y aún se aprecia en sus labios
una leve sonrisa,
un amago, un intento
de echar a andar y buscar
lo que quedó en el silencio.
Unas manos mermada
por la erosión de los elementos
que, aunque ásperas y torpes ,
son cálidas y deseosas
de amor y de respeto. Maricarmen